Creo que es algo saludable colocar a nuestros problemas en diferentes categorías. Están los inmediatos a resolver, generalmente corresponden al ámbito doméstico, los que tenemos en relaciones con otras personas, los más profundos que como un mal sueño parecen seguirnos. Si nuestros problemas se mezclan como una ensalada en nuestra cabeza, resulta que imaginariamente aumentan su peso. Es por eso muy recomendable colocar a cada grupo en cajones diferentes y abrir uno a la vez.
Este nuevo orden nos dá márgen para ser más objetivos. Si además generamos un clima más agradable en nuestra vida, aumentamos la posibilidad de conocer, enfrentar y resolver los asuntos más arraigados que condicionan nuestro buen vivir.

También se puede optar por dejarlos para otro día, o pedir a otros que resuelvan por nosotros, hacerse el distraído o lo que sea que nos aleje de ser responsables de nuestra propia existencia.
Este es un mundo de problemas y soluciones. Para que los primeros no nos quiten el sueño o tomen nuestra vida, mejor es reorganizarlos y saber que siempre hay un problema de fondo cuyos efectos influyen sobre nuestros asuntos diarios.
Saber que están ahí, escondidos, enterrados o al asecho, que nos llene de coraje para resolverlos. Hoy conocemos el ingrediente esencial de estos: el miedo. Ir hacia el amor significa disolverlos.

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