Silenciarse no es un síntoma de algo que anda mal, en su lado sanador representa esa preciosa capacidad para sentirse por dentro. Es posible que se inquieten los que te rodean, que se sientan desplazados. Pero en verdad, nada de eso es importante ya que se trata de estar con uno mismo y no con algún que otro personaje que se ha apropiado de una relación. Liberarse de estas falsas personalidades requiere del silencio.
Por alguna de esas cuestiones humanas, a las cuales puedo llamar necesidades, podemos construir relaciones que no entregan “amor del bueno”. Entregan compañía y ese sentimiento algo oblicuo de creer que no estamos solos. Así no podemos ser sinceros y a la larga esas personas a las que nos acomodamos, nos pasan la cuenta.
Porque cada uno de nosotros quiere lo mejor del otro. Exige lo mejor. Y todo esto porque necesita saber mas de sí mismo, de cómo liberar su mente de tantas razones, de como aceptar sus elecciones con una mirada novedosa, de alejar la bruma tediosa del miedo, sus ansiosas futuras frustraciones, o simplemente que alguien con alma abierta abrace su vida en silencio, con aceptación y sin juicio.
Es por eso que es imprescindible el silencio. Porque las máscaras sólo crecen cuando tapan el dolor. Y el dolor expresado sin esas máscara sólo tiene la inmensa probabilidad de ir cargado de cuentas, flechazos que envenenan a nuestro prójimo como deudores. Y eso no es bueno.
Ah bendito silencio explorador del alma humana. Mejor que dure lo suficiente como para volverse justo, mejor que no nos anestesie el silencio volviéndonos insensibles. Que no sea la soledad y el silencio un temor, pero sí que construyan dentro de nosotros la capacidad de registrar los dolores y poder expresarlos con la pureza que merecen. Nuestro respeto a nosotros mismos.




























